La pintora cosmonauta
“¿Qué querés ser cuando seas grande?” le preguntó su abuelita.
Ella la quedó viendo directamente con sus ojos grandes, cafés y curiosos, que resaltaban bajo sus colochos rojizos y su piel pálida; su abuelita acostumbraba a agacharse cuando le hablaba, así quedaban a la misma altura y tenían contacto visual, por eso ella no confiaba en nadie más que en su Mimi, no le gustaban los adultos se creían superiores y la veían siempre desde arriba, no se llevaba bien con los niños, siempre criticaban que era una debilucha y solo le gustaba colorear, no quería salir a correr a la calle con ellos, prefería el patio de su casa y subirse al árbol de guayabas, el cual era su refugio.
La niña no lo pensó e inmediatamente respondió, “quiero ser cosmonauta y pintora”, era lógico que quisiera ser astronauta rusa y no de la NASA, eran los años 80s en Nicaragua, prefería el Sputnik, a Valentina y a Gagarin, los descubrió en un poster de propaganda en un libro sobre Rusia y de ahí su sueño de tener una perra que se llamara Laika.
Su abuelita no se sorprendió, estaba acostumbrada a las ocurrencias de su nieta “¿por qué esas dos cosas en especifico?” — le cuestionó — “no importa si son dos cosas las que querés ser, podes ser 10 ó 1000, pero ¿por qué esas dos?”
La niña con la seriedad que le caracterizaba contestó: “Mimi es fácil, porque quiero ir al cielo y pintar estrellas”
Hoy 30 años después no tiene una perra que se llama Laika, tiene a su perro Dalí que no vive con ella, no es astronauta ni pintora y en la tumba de su abuela la única vez que se atrevió a visitarla, sentada al lado de la fosa, la sorprendió su sobrino llorando y diciendo, “Mimi, no logré ser cosmonauta ni pintora, pero si conseguí mi sueño, porque todos los humanos somos polvo de estrellas y me gusta llenar la vida de los demás de colores, como vos llenaste la mía”.